Un fantástico regalo
Cuando era niño, y le daba mis primeras patadas al balón, lo dejamos en pelota, soñaba con llegar a jugar en el equipo de mi pueblo, el C.D. Guardo. Después, cuando me fui a estudiar interno a Valladolid, me dormía pensando en el siguiente partido “con camisetas” y llegar a jugar en el equipo juvenil del colegio. Cuando a los diecisiete años debuté en segunda división con el Real Valladolid tuve la impresión de haber alcanzado un sueño que ni había tenido.
Unos años más tarde, aquel 23 de enero de 1980, alcancé un sueño que, este sí, había perseguido durante unos cuantos años. Fue un partido accidentado, la lluvia me hizo temer que no se jugara. El avión en el que viajábamos desde Madrid tuvo que dar la vuelta al llegar a Vigo ante la imposibilidad de aterrizar. Por la noche repetimos el viaje en coche-cama. El día del partido, con el campo hecho un barrizal, hubo un apagón cuando los equipos estaban calentando, y los holandeses querían suspender el partido. Durante esos prolegómenos yo me acordaba de la gente que me había apoyado desde que empecé. De los partidos en el pasillo de mi casa con mi padre, o mis hermanos; del “clásico” de colegio: 6º – Preu, el día de San José; de los compañeros del Real Valladolid, que me cuidaron como a un hermano menor; de la gente del Rayo Vallecano, con quienes debuté en primera división; de los entrenadores que me hicieron futbolista.
A veces, la vida te hace un regalo fantástico y se cumple uno de tus sueños, entonces te das cuenta de que valió la pena el esfuerzo que hiciste para lograrlo y te sientes agradecido a todos los que te ayudaron a perseguirlo.
Jesús Landaburu Samuguillo
Internacional (1980)